Misión, visión
En esta edición #132 hablamos de planear, de que llegó diciembre (que se siente desde septiembre) y de por qué, a pesar de todo, el periodista salvadoreño Óscar Martínez sigue haciendo periodismo.
A quienes cuando escuchan las palabras misión y visión ponen los ojos en blanco en un gesto casi de hastío: yo era como ustedes.
Porque, antes, a mí esas dos palabras me remitían a reuniones infructuosas, a celdas de Excel llenas de anotaciones que nadie volvería a mirar, a frases iguales entre sí proyectadas ante ojos indiferentes, a gente que quiere estar en otro lado, a ritual del mundo del trabajo, a una esperanza medio obligada. Yo no era una militante por el fin de la misión y la visión, solo me daban igual, como esos documentales que enseñan a llevar una vida más organizada. Quiero decir, a mí me gusta planear, pero también sé que cada quien hace lo que puede.
Pero ahí estaba, un lunes de octubre a las nueve de la mañana, en una sala de juntas frente a una pantalla con un espacio en blanco para misión y otro para visión. Fue una reunión de Cerosetenta a la que asistimos todes: la directora, el editor de audiencias, el editor de investigaciones, la y el periodista audiovisuales, la coordinadora gráfica, la coordinadora de monetización y yo, periodista. La presidió -esa y las cuatro siguientes- el director del Centro de Estudios en Periodismo de la Universidad de Los Andes. Nos explicó: misión es lo que somos y visión lo que queremos ser. ¿Qué somos? La pregunta abrió una discusión de dos horas. Una discusión en el mejor sentido de la palabra, de esas que hacen que todo el mundo quiera hablar. ¿Somos un medio digital? ¿Somos una revista? ¿Qué es hoy una revista? ¿Nos interesa cubrir la coyuntura? ¿O sea seguir el ritmo vertiginoso de todo lo que es noticia? ¿También cada cosa que se publica en redes? ¿O mejor un grupo de temas específicos? ¿Temas olvidados? ¿Lo que otros medios no cubren? ¿Somos muy serios? ¿Deberíamos aligerarnos?
A la siguiente reunión cada une llevó su almuerzo. En las que vendrían habría variedad de galletitas, ponqués y dulces sobre la mesa, pero esa vez comimos, algo tímidos, frente a la pantalla que nos mostraba un esbozo de nuestra misión. De repente, cada palabra que componía ese párrafo adquirió un carácter sobrenatural. Nos volvimos incisivos con el idioma. ¿Esa es la palabra justa, la que nos representa?, preguntamos una y otra vez, como si dejar en claro quiénes somos fuera un asunto extremo. Ese día logramos tener algunas certezas sobre el periodismo que nos interesa hacer, los formatos que nos gustan, las fuentes que somos buenos cubriendo y los vínculos que, como medio que se instala en una universidad, tenemos con las y los estudiantes.
Entonces, como un ave de presa, cayó otro tema: la inteligencia artificial. Más dudas y preocupaciones. Unos estaban seguros de estar ante el comienzo del fin del trabajo humano. Otras señalaron que la inteligencia artificial comete errores. Después alguien dijo que muchos de nosotros no lograríamos tener una pensión.
La visión, que alude al futuro de aquí a tres años, quedó escrita.
En las siguientes reuniones volvimos a pensar en el futuro. Pensamos en el dinero. Pensamos en quienes nos leen. Armamos listas de nuestros defectos y virtudes, de lo que queremos y de cómo podemos conseguirlo. Proyectamos, miramos cifras, nos contradijimos, levantamos la voz, la mente se nos puso en blanco, sentimos angustia de no ir a ninguna parte, nos aburrimos, nos animamos, planeamos, prometimos, comimos chicles de sandía, nos sentimos bien haciendo periodismo.
No soy una conversa de la misión y la visión. Qué palabras feas. Pero tras las cinco reuniones creo en algo así como el poder de la pausa, en que cada tanto (y aún en un trabajo veloz como el periodismo) está bien tomar un tiempo para hablar porque quizás se vislumbre quién se es y qué se quiere ser y eso ayuda.
Lina Vargas, periodista de 070
A propósito de la llegada de ¡DICIEMBRE!, a continuación les presentamos algunos datos curiosos sobre la temporada navideña en nuestro país:
1. La natilla es más apetecida que el buñuelo. De acuerdo con la encuesta de FENALCO, realizada en 2022, sobre hábitos de consumo en el mes de diciembre, el 31% de los colombianos piensa que la natilla es el único plato que no debe faltar para la cena del 24. El segundo lugar, lo ocupa el buñuelo con el 27%, y el tercero, el pavo con un 10%.
2. El árbol de Navidad ecológico más alto del mundo está en Colombia. Se encuentra en el centro comercial Centro Chía. Fue construido con 96.865 botellas de plástico y tiene una altura de 30 metros. El árbol recibió la certificación del Guinness World Record en noviembre de este año, destronando al creado por la artista Caroline Chaptini en el Líbano.
3. El primer volumen de los “Cañonazos bailables”, apareció en 1960. El compilado, que recoge las mejores canciones del año, fue idea del cartagenero Antonio Fuentes, fundador de la mítica disquera Discos Fuentes. Para esa primera edición, se seleccionaron canciones de Lucho Bermúdez, Gustavo “el loco” Quintero y los Teen Agers, entre otros.
4. El jingle: “Desde septiembre se siente que viene diciembre” se emitió por primera vez en 1993. La voz del jingle es la de Miguel Char, propietario de la cadena radial Olímpica Estereo, quien ideó el slogan junto al locutor Andy Pérez.
5. El nombre más popular en Colombia es María. Según la Registraduría, para julio de 2023 se habían registrado 4.349.030 Marías en el país. Jesús no se queda atrás. En total, 484.505 personas fueron inscritas con este nombre para la misma fecha.
6. En Navidad se venden alrededor de 1,4 millones de botellas de vino Cariñoso. El vino, fabricado por la compañía Enalia, nació el 23 de septiembre de 1978 y se integró como producto de la mayoría de anchetas navideñas a mediados de la década de los 80.
Nilson Murgas, practicante de 070 y estudiante de la Maestría en Periodismo del CEPER.
La semana pasada vino a la Universidad de los Andes el periodista salvadoreño Óscar Martínez, jefe de redacción del periódico El Faro. Lo conocí a través de sus crónicas, en particular una, la del Niño de Hollywood, un sicario que traicionó a la Mara Salvatrucha (MS) y que yo devoré a mis 20 años a través del libro “Los Malos” que cargaba a todas partes. No es mucho mayor que yo, pero sí ha pasado por muchas más cosas. Cosas duras y angustiantes.
Solo desde el 2019, cuando Nayib Bukele llegó a la presidencia de El Salvador para ser el dictador que es, Martínez ha visto exiliarse a 13 colegas, ha recibido 5 auditorías de Hacienda, y 22 de sus colegas de El Faro (él incluido por supuesto) han sido chuzados por el gobierno con herramientas terroríficas como Pegasus que se mete en tu celular y se roba todo, siendo casi imposible de detectar. El público de estudiantes de periodismo lo miraban y escuchaban estupefactos. “No quiere matarnos, quiere acabar con el prestigio de nuestro periódico”, dijo, en referencia al Señor Presidente.
Me gustó particularmente su respuesta cuando la profesora y periodista María Paula Martínez le preguntó, palabras más, palabras menos, por qué sigue haciendo lo que hace. Si se siente frustrado ante el hecho de que a pesar del buen periodismo que hacen él y sus colegas, nada o poco cambia. Intentaré resumirlo, aunque advierto que no es textual:
Hay momentos de júbilo nocturno, de gorila albino, en que el periodismo logra transformar la realidad. Casos exóticos, como el del Watergate. Los demás cambios son lentos, cínicos, desesperantes, si es que los hay. Es imposible que algo cambie a ritmos distintos a los que tiene el cinismo. Acaso se juzga a alguien que ya está muerto, que es mejor que nada. Lo que sí es cierto es que una pieza mediocre de periodismo nunca va a lograr ni siquiera algo parecido.
Natalia Arenas, directora de 070