Clase de historia
Jorge Cardona llegó puntual. Fue el 18 de agosto pasado, un viernes. Lo invitamos a dar una clase sobre los vínculos entre periodismo e historia —o por qué las y los periodistas debemos saber dónde estamos parados y de dónde viene lo que contamos para contarlo mejor— como parte de Ritmos de la intuición, la exposición que Cerosetenta inauguró hace tres semanas. Digo que llegó puntual porque de inmediato recordé que hace años, hacia 2006, tomé la clase de periodismo político que él dictaba. Era una clase a las siete de la mañana y a mí me costaba llegar a tiempo porque vivía lejos de la universidad y porque siempre me ha sido difícil madrugar y, sin embargo, odiaba perderme una parte. Era así: Jorge Cardona —filósofo, periodista y escritor, editor judicial de El Espectador, luego jefe de redacción y editor general del periódico— de pie, sujetando un cuaderno escolar doblado hasta adquirir el tamaño de una agenda de bolsillo, cuyo contenido escrito a mano él solo revisaba a veces porque sabía de memoria de lo que hablaba. Hablaba de este país.
El viernes 18 también nos habló de este país, aunque hablar es un decir porque lo que él hizo, para usar una palabra recurrente en periodismo, fue mostrar. Jorge Cardona gesticuló, levantó la voz, se tomó la cabeza y con la misma elocuencia vibrante que recuerdo de aquella clase de 2006, durante alrededor de una hora nos mostró la realidad de Colombia. Es una realidad que tiene que ver con el presente, pero sobre todo con el pasado. “El periodismo es un insumo de la historia”, dijo y nos preguntó qué estábamos haciendo —una estrategia para recordar es la memoria emotiva, dijo— cuando ocurrieron sucesos nacionales como la Toma del Palacio de Justicia o la instalación de la mesa de diálogo en San Vicente del Caguán o la Operación Orión.
Entre el público había gente muy joven para la que nombres como Los Pepes pueden sonar lejanos, aunque algo que aprendimos es que, sin importar la edad, nos falta saber de historia.
Lo vimos cuando Jorge Cardona nos preguntó quiénes eran los hombres que aparecen al lado del exjefe paramilitar Salvatore Mancuso en una foto tomada en el Congreso en 2004. Él dejó pasar unos segundos de silencio para responder que eran Ramón Isaza y Ernesto Báez, máximos líderes de las AUC junto a Mancuso, e invitados también al recinto. Lo mismo pasó cuando ante la foto de un cortejo fúnebre nos preguntó si sabíamos dónde había sido tomada. Creímos tener la respuesta, con seguridad habíamos visto la foto, solo que la memoria a veces juega malas pasadas; solo que las imágenes de la guerra en Colombia parecen repetirse y las precisiones se escapan. Titubeamos. Es Segovia, en Antioquia, nos dijo.
Enseguida enumeró las masacres cometidas en distintos municipios de Colombia durante los últimos años de la década del 80. Después mencionó algunos nombres de las y los 165 periodistas asesinados en el país y se refirió a “las historias que siguen rondando sin claridad”: la fuga de Pablo Escobar, el asesinato de Mario Calderón y Elsa Alvarado, la creación del Bloque Capital, el atentado al Club El Nogal, las chuzadas del DAS, el escándalo de Interbolsa. No quiero decir que nadie en la clase —ni mucho menos entre quienes hacen periodismo— desconozca lo que ha pasado, pero sí, simplemente y quizás de manera obvia, traer a colación esa consigna que es también la lección de Jorge Cardona: no olvidar. No olvidar, sobre todo, que la historia no es sinónimo de un pasado pétreo ni superado.
Tras mostrar varios episodios, Jorge Cardona nos preguntó si sabíamos quién era el entonces ministro de Defensa y quiénes el de Justicia, el comandante del Ejército, el de la Policía, el presidente del Senado y el del país. Qué vínculo tenían con tal o cual escándalo y qué había pasado con ellos, dónde estaban.
Esas dudas resuenan hoy ante la noticia de la semana: la imputación por parte de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) al general (r) Mario Montoya de ser responsable de 130 ejecuciones extrajudiciales en Antioquia: hombres, mujeres, niñas y niños civiles asesinados y luego contabilizados como guerrilleros “dados de baja” en combate. Entre 2003 y 2004 Montoya fue comandante de la Brigada IV de Medellín y entre 2006 y 2008 comandante del Ejército. “No necesito litros de sangre, necesito carrotanques de sangre”, les exigía a las tropas, según el testimonio de otro militar.
Dos semanas antes de la imputación, en su clase, Jorge Cardona también nos mostró la imagen del emblemático mural que registra el número de ejecuciones extrajudiciales conocido hasta ahora —6.402— y lanza la pregunta: ¿Quién dio la orden?
Lina Vargas Fonseca, reportera de 070